Villa Medieval

CASTILLO Y PALACIO REAL

LA FORTALEZA

Castillo y Palacio se hallaban en uno de los puntos más elevados de la villa y formaban parte de su sistema defensivo por proximidad y por su condición de edificios a defender. En realidad era aquí de donde partían las murallas que rodeaban la población.
El Castillo se hallaba defendido por siete baluartes de gruesos murallones de piedra de sillería por ambas caras y el centro de tierra. Esta contramuralla estaba complementada por un foso o cava en todo su perímetro. Contaba el castillo con un pozo tan profundo que podía presumirse que recibía el agua del Duero, así como que se comunicaba con el Palacio por medio de unos cubos.
Tenía dos puertas defendidas por cubos caballeros: una miraba al mediodía y la otra al norte, sobre la que se encontraba el escudo de armas reales de Castilla y de León. Dentro de esta puerta tenía una elevada torre de tres pisos que servía de atalaya y dominaba el pueblo. Su interior tenía una especia de tahona y sirvió de prisión para custodiar a distinguidos personajes.
Junto a la torre había una escalera subterránea de caracol, cubierta a prueba de bomba, por donde se bajaba a una batería con tres troneras para defensa del foso entre la fortaleza y la villa. Esta zona también hacía las veces de bodega capaz para al menos siete cubas.
Su amplio patio de armas era cuadrado y dotado con cuarteles. Allí se realizaron justas y torneos, como demuestra un inventario de 1535 que habla de viejos yelmos, rodelas, roquetes, arneses, quixotes y paveses o escudos, así como de lanzones enmohecidos y ballestas de palo con ovillos de hilo.
Por bula del Papa Sixto IV, en esta y otras fortalezas del duque se podía celebrar misa. Asimismo en ella se guardaban todos los documentos públicos y privados de los Condes de Siruela.
A mediados del siglo XVII ( 1653) la fortaleza se hallaba aún en condiciones, ya que la condesa Dª Leonor nombro por alcaide de la misma a D. José Vaca y Borja. Pero la ausencia de los condes, más tarde, y el abandono propiciaron el avance de su deterioro.
Así, hacia 1730, sus edificios contaban con las paredes y divisiones principales, pero sin puertas ni ventanas. Años más tarde estaban inhabitables, sin tejados ni cubiertas de madera. En 1788, la fortaleza conservaba su torre y cubos, la contramuralla y el foso.
Es a finales del siglo XVIII cuando empieza su desaparición, en virtud del permiso que dan los condes a su administrador en Roa para vender la piedra a los vecinos que la soliciten, con destino a casas, corrales y bodegas. Aquello fue una auténtica fiebre de la piedra y se hicieron muchas sacas bajo cuerda.
El solar del castillo y palacio -que medía 74 varas de ancho y 254 de largo (62 por 212 metros)- se utilizó de arenera para obras y de aquí, en 1907, se sacó la tierra para nivelar el hueco que quedó al desecar la laguna de La Cava.

EL PALACIO

Se situaba junto al Castillo; unido a éste por algunos cubos y por el otro extremo a la muralla almenada que rodeaba la villa, con la que formaba escuadra. Con vistas al Duero, el edificio era de piedra de sillería y contaba con jardín y huerta orientada al sur.
Al parecer fue fundado como lugar de residencia por Dª María de Velasco, duquesa viuda de Alburquerque, al establecerse en Roa tras fallecer D. Beltrán de la Cueva en 1492. Delataba esto los escudos que se disponían en sus muros, aunque es muy probable que, en realidad, el edificio hubiese sido Palacio Real en épocas anteriores, sobre todo en el siglo XV en que la Corte recaló en Roa bastantes veces.
La desaparición del Palacio se debió a las mismas circunstancias que las del Castillo, si bien fue más rápida. A finales del siglo XVII la condesa Dª Leonor de Velasco afirmaba que los desperfectos de su palacios ascendían a 337.178 reales.
Es a mediados del siglo XVIII cuando se acelera su deterioro, pues en 1795, ya casi arruinado, quedaban la mitad de los muros que lo rodeaban y pequeños vestigios como el cuarto donde murió el Cardenal Cisneros con la puerta y ventana tapiada de barro y canto.
Para 1858 solo había algunos gruesos paredones y un gran torreón de tierra sostenidos por la sólida construcción y escombros en abundancia que los circundaban.
El foso del lado opuesto a la villa se hallaba medio cegado con la tierra de la destrucción de las paredes de la fortaleza; y el colindante con el pueblo se encontraba tapado en su totalidad, hasta el punto que se hizo un camino encima, al nivel de las casas, que conducía hasta el Espolón y las Tenerías, porque en esta parte ya no existía la muralla de la villa. A finales de siglo quedaba solo un muro que miraba al Duero.
El terreno en que se asentaban el Castillo y el Palacio era popularmente conocido por El Cotarro y lindaba al norte por el Paseo de Tras Palacio y una era, al sur con huerta que fue del duque de Fernán Núñez (Siruela), al este con camino y al oeste con otro camino que iba a las eras.

EL RECINTO AMURALLADO DE ROA

LAS MURALLAS

Las antiguas murallas partían del complejo formado por el Castillo de Roa y el Palacio Real (luego, propio de los Condes de Siruela) que se hallaba al lado. A esta zona, hacia 1907, se la mencionaba como la Muralla Vieja, nombre que sugiere la existencia de una primitiva cerca en torno al castillo que, con el paso del tiempo se iría ampliando.
Las definitivas murallas de Roa fueron levantadas con arreglo a la Sentencia Arbitral que dio, en 1295, la reina Doña Violante (viuda de Alfonso X “El Sabio”), en la cual también regulaba el modo de realizar la vendimia.
Desde un principio se dispusieron en ella seis puertas y varios portillos. Sus nombres, los actuales, ya son mencionados en un censo del año 1531.
Así se conformó el casco viejo de Roa mostrando la forma de almendra, si bien en este caso se da la circunstancia de haber coincidido esta disposición con la forma del cerro que delimita. El perímetro total de las murallas de Roa era de unos 1.600 metros y abarcaba unas trece hectáreas.
Las murallas tenían al principio seis tapiales de alto, una altura variable según zonas pero que, en todo caso, significaba seis encofrados de tierra arcillosa que, compactada entre dos paredes de piedra, componían sus gruesos muros. Éstos, coronados por almenas, contaban con torreones y cubos que los hacían más fuertes. En algunos tramos disponía al exterior de contramuralla (barbacana).
La mayor parte de las murallas desapareció en la segunda mitad del siglo XIX…y en la segunda mitad del siglo XX. Gran parte de su desmantelamiento se debió a la epidemia de tifus de 1867, en que abrieron diversos portillos y huecos en los lienzos para facilitar la circulación del aire emponzoñado.
En 1881 hubo que tirar la parte de la calle el Agujero para evitar desgracias personales. Además, hacia 1888 se extraía piedra de las murallas para obras particulares y arreglar caminos y calles. Por otra parte el Consistorio se planteó derribas –no reparar- ciertas puertas ante el peligro que suponían.

El gran Portillo del Palacio

Abierto en la zona Sur de las murallas, comunicaba el pueblo con la fortaleza y palacio a través de la calle del Palacio.
Durante la primera Guerra Carlista, con motivo de la primera acción de Balmaseda, el 19 de agosto de 1838, los defensores de Roa se apostaron en este portillo y se hizo una resistencia de cerca de una hora.

Puerta de San Esteban

Situada al Sudeste, se hallaba junto a la pequeña parroquia del Santo Protomártir, también pegada a la muralla. Su torre fue parte de la defensa de la villa en este punto.
Esta puerta y arco fue de las últimas en ser desmantelada con el manido pretexto de su mal estado: en 1891.

El Castillo Viejo

Este revelador nombre se repite intensamente desde el siglo XVI y hasta prácticamente 1900, para nombrar la actual calle de la Parra, sita entre San Esteban y Trinidad. Un castillo viejo…Sin duda fue una antigua casa fuerte situada en un lugar privilegiado que daba vista al amplio horizonte.

El Espolón y Los Portillos

Desde San Esteban en adelante se situaban varios portillos que, para comodidad de la población, salían al Espolón. Uno de ellos, el de Trinidad, era considerado el mayor.
Este espolón, era una elevada franja de terreno liso que se hallaba protegida con estribos y contrafuertes. Su función inicial fue defensiva, como zócalo desde donde disparar todo tipo de proyectiles y repeler ataques.
En tiempos de paz, el Espolón fue un apacible lugar de esparcimiento: ya a principios del siglo XIX se le conocía como Paseo de los Olmillos y, de hecho, se prolongaba por el camino de San Blas y hasta la fortaleza (plano F. Coello 1868).
El tramo de muralla entre Trinidad y la Puerta de Palacio se llamaba La Corredera por su forma de elevado pasillo, y separaba dicha y hermosa desaparecida iglesia del paseo del Espolón.

Puerta de Palacio

Se ubicaba al Este de la población y cerca de la Iglesia de la Santísima Trinidad. Esta puerta, que conserva tapado su cubo izquierdo, se hallaba junto a un palacete nobiliario conocido como Casa Grande; de ahí su nombre, que también ha recibido la Plazuela que le daba acceso.
En 1863 los cimientos de la Puerta de Palacio estaban sumamente deteriorados, por ello la puerta fue derribada poco antes de 1880 y se expropió y eliminó la casa del lado derecho para dar ensanche a la entrada del pueblo.

El Portillo y torre

A unos 115 metros de la Puerta de Palacio se abrió otro portillo para servir de salida auxiliar de la población. No se le conoce nombre específico, es El Portillo.
La parte inmediata a la Puerta de Palacio fue siempre el punto más débil de toda la muralla, dado que por bajo y pegado a ella discurre el estrecho camino a San Blas, y al borde de éste ya se precipitaba el barranco, pues su muro de contención no se realizó hasta 1880. Se aprecia en esta zona una serie de antiguos contrafuertes que sustentan la muralla por este motivo, así como desagües de piedra horadada.
Más adelante, ya con vista a las eras de San Blas y a la altura de Las Rondas, se aprecian los cimientos de una torre defensiva casi cuadrada, que estuvo integrada en el flanco Noreste de la muralla. Precedía a ésta una franja de terreno sustentado en otra muralla barbacana a la que es probable que se accediese por un portillo o a través de la torre descrita.
Recientemente se ha llevado a cabo la obra de consolidación de la muralla barbacana, como parte de un proyecto de intervención en el tramo de muralla que va desde el Portillo hasta la Puerta de San Juan.

Puerta de San Juan

Situada al Norte, se halla junto a la antigua parroquia de San Juan Bautista, transformada en 1565 en el Hospital de dicha advocación al cederla el cabildo de la villa al IV Conde de Siruela, Juan de Velasco y de la Cueva. Actualmente se conserva el edificio del propio hospital y dos hermosos arcos, uno románico y otro gótico, pertenecientes a la iglesia desaparecida.
Este acceso a Roa era antiguamente anunciado por un humilladero en sus inmediaciones. De la puerta se conserva el cubo izquierdo de la entrada al que, tras su rehabilitación, se puso una placa conmemorativa en honor a la reina Doña Violante por la construcción de las murallas.

El Fuerte

En 1823-24 y 1834-40, es decir, en un periodo entreguerras y durante la primera guerra carlista, se trabajó en las defensas de Roa, dándose especial importancia a la construcción de un Fuerte en torno al Hospital de San Juan, como aún permanece en el recuerdo.

Puerta de la Taña

Desde la Morería se salía al campo –conocido por esta parte como El Cuchillo- a través de la Puerta de la Taña, que se hallaba en el rincón Noroeste de la muralla, protegida por un cubo, aunque en el mapa de Coello (1868) parece ser una torre cuadrada.
Debió ser un discreto portillo sin nombre usado en tiempos por la morería que se hallaba confinada en sus inmediaciones. Su marcha coincidió con la despoblación general de villa en el siglo XVII, pero el crecimiento del vecindario hacia 1800 y, sobre todo, las guerras carlistas, supondrían una actuación en esta zona. Por eso este extraño nombre de Puerta de la Taña no aparece hasta mediados del siglo XIX. Debido a su mal estado, fue propuesta para su derribo en los años sesenta del siglo XIX.

Puerta de Guzmán

Esta puerta, orientada al Noroeste, también se la conoce como Puerta de la Villa, lo que ha dado a pensar que ésta sería la principal entrada por donde accederían los reyes en sus distintas estancias en Roa. Sin embargo esta última denominación data de mediados del siglo XIX.
La Puerta de Guzmán fue así conocida por la evidente razón de mirar a ese histórica villa y, además, porque a su lado estuvo la ermita de Santo Domingo de Guzmán.
Fue demolida hacia 1880 con motivo de la construcción de la travesía de la carretera de Encinas que había de salir por el lado opuesto, la Puerta de Palacio. A mediados de los años sesenta del siglo XX se cayó –y se tiró- un gran lienzo de muralla que bajaba de la Rén (antigua morería) hasta esta puerta.

La Cava

En lenguaje militar, cava es un foso alrededor de una fortaleza, en este caso, en la parte exterior de las murallas, próximo a la Puerta del Arrabal, el único lugar donde el acceso es totalmente llano.
La charca de la Cava era una balsa de agua procedente de la lluvia que había cubierto dichos fosos o cavas. Fue desecada en 1907 y su espacio rellenado con tierra procedente del Cotarro que ocupó la fortaleza de Roa.

Puerta del Arrabal

Situada al Oeste. Es denominada así por el barrio que existió fuera del recinto de la población. En torno a este arrabal se situaron corrales de ganado, pajares, palomares y una solemne olma, así como un viacrucis conocido hoy, por este motivo, como calle de las Cruces.
Se dice que antiguamente era conocida como Puerta de la Fuerza, posiblemente por la proximidad a la calle de este nombre. Lo que sí parece es que esta puerta estuvo especialmente guarnecida por elevadas torres o cubos caballeros, y que pudo tener prisión.

Puerta de San Miguel

Localizada al Suroeste, recibe el título de la advocación preferida de los primeros repobladores en la Alta Edad Media, cuya imagen se hallaba en el interior de la puerta. En sus inmediaciones pudo localizarse una antiquísima ermita o, incluso, la primitiva parroquia de Roa.
En 1849 seguía tapiada, tras la Guerra Carlista. En 1863 se propuso para su derribo por tener una abertura grande y no derribándola no se podría componer.
Entre esta puerta y la del Arrabal, se conservan dos lienzos de la muralla.

LA JUDERÍA, LA MORERÍA Y EL ARRABAL

La presencia judía en Roa se detecta desde finales del siglo XIII: según el padrón de judíos castellanos redactado en la villa de Huete (septiembre de 1290) para determinar sus impuestos, en Haza vivían 3 familias hebreas; 12 en Lerma y 9 en Roa, es decir unos 40 individuos en nuestro caso.
Según este padrón, la Judería de Roa tenía en cabeza 6.085 maravedís y además había de dar otros 1.365, sumando 7.450. De ellos, 4.275 eran para un tal Diego Gómez de Roa, Adelantado Mayor de Sancho IV.
Los judíos vivían en barrios segregados del resto de la población, generalmente al pie o en torno al castillo si lo hubiese, caso de Roa. Por ello en nuestra villa, donde perdura la Calle de la Judería (hoy “Joyería”), se agruparon entre las calles de la Fuerza, Palacio y Malcocinado, en una zona que, tras su expulsión y más tarde con la crisis del siglo XVII, quedó despoblada, con sólo corrales y solares.
Se organizaban a través de su aljama, una especie de municipio con sus alcaldes, jueces y cargos civiles y religiosos encargados de la observancia de las costumbres, religión y moral. La sinagoga era el centro religioso y de reunión de la aljama.
Tras esta primera noticia de 1290, los judíos son mencionados, al igual que los moros, en los privilegios reales concedidos a la villa en los siglos XIV-XV, en los que se extiende también a ellos algunas exenciones de pechos y tributos. No obstante fue a lo largo del siglo XV cuando se acentúa su presencia en la Ribera del Duero, empujados por restrictivas leyes de mayor cumplimiento en las ciudades. Pero también aquí la relación con los pecheros cristianos era tirante; distintos concejos y personas de la Ribera se quejaban de los logros y usuras que les exigía las aljamas y judíos particulares.
De su última estancia en Roa –y en España- tenemos algunos datos:
Hacia 1460-62 las rentas de la Obispalía de Roa eran recaudadas por los judíos Rabí Abreham y Yuçef Castellano. Sabemos, por ejemplo, que en 1474 los judíos constaban de 16 familias raudenses (67 habitantes) y pagaban 1.000 mrs., lo cual no significa que en años posteriores, cuando pagaban cinco veces más, su población se hubiese quintuplicado también.
En 1487 Yuçef Soto, vecino de Roa, sufrió prisión a pesar del amparo que tenía. Se hallaba casado con una tal Bienvenida.
Pero más llamativa es la noticia de un vecino de Roa que fue condenado a la hoguera por judaizante en aquellos días: Alfonso Sánchez de Soto. Este judío condenado poseía media heredad denominada “de Valdeparral”, entre Peñafiel y Roa. El 26 de abril de 1490 fue comprada por Bernaldino de Cáceres, canónigo de la Colegial. Los 60.000 maravedíes que pagó fueron, por ley, para el Tribunal de la Inquisición, que entendía en estos casos, si bien otras veces eran para sufragar la guerra de Granada.
Cuando, hacia 1490, se casó el Duque de Alburquerque en Roa, hubo una especie de numerito:
“…en la declaración que, el 3 de enero de 1502, realizó en Aranda de Duero ante el Tribunal de la Inquisición, Antona, mujer de Juan Astoriano, vecina de Roa, dijo que haría once o doce años que había contraído matrimonio en Roa el duque de Alburquerque, e vio este testigo cómo los judíos sacaron la Torah (libro sagrado del judaísmo) quando entraba la duquesa para recibillas.
…entonces la mujer del alguacil Diego de Palencia fizo reverençia a la Torá a les dixo que omiliassen todas a ella, que aquella era nuestra ley”.

La duquesa sirvió frío su saludo años más tarde y así, el 31 de agosto de 1494, logró que se diese una orden a los ejecutores de los bienes de judíos de las villas de Roa y Riaza para “que no cobrasen los bienes y deudas dejados por los judíos de estos lugares por merced que se hace de ellos a la duquesa de Alburquerque en compensación de las pérdidas de rentas por la expulsión de los judíos de estos territorios de su señorío”.
Sin embargo fue por entonces, a finales de abril de 1492, cuando los Reyes Católicos promulgaron el decreto que expulsaba de sus reinos a los judíos. A partir de ahí podemos hablar de dos grupos: conversos o cristianos nuevos y cristojudaizantes, que eran los que mantenían su fe de un modo clandestino.
Por aquellos cruciales días Abrahen Garçon, vecino de Roa, obtiene seguro de los reyes, pues “se teme e reçela le feriran e mataran algunos caballeros de la villa”. A pesar de ello es efectivamente asesinado en el camino de Aranda, por lo que varios vecinos de Haza, Castrillo y Fuentecén son condenados a mutilaciones o muerte.
Durante los primeros años del siglo XVI algún converso de Roa se atrevió a recordar la conocida acusación de que la Inquisición, más que vigilante con la heterodoxia, actuaba como “sacadinero”, ya que solo aspiraba a arrebatar la hacienda de los penitenciados. Al margen de cuestiones materiales, lo cierto es que también hubo de intervenir nada menos que contra cierto arcipreste de la Ribera por sus ideas y oculto judaísmo.



En cuanto a los moros, palabra latina que nunca tuvo más connotación despectiva que la que uno quisiera dar, es evidente que llegaron a Castilla impulsados por la conquista de la península durante los siglos VIII y IX, así como por posteriores políticas de los reyes cristianos para fortalecer sus reinos; en este caso, los musulmanes que quedaron viviendo en los reinos cristianos recibían el nombre de mudéjares. Se inclinaron por los oficios relacionados con la construcción ambulante, circunstancia que, unida a que no practicaban la usura, les atrajo menos resentimiento que en el caso de los judíos. Además fue menor su resistencia a la cristianización, hecho al partir del cual comenzaron a reconocidos como moriscos.
En 1502 se obligaba a los mudéjares a convertirse o a emigrar. La mayoría optaron por lo primero en un proceso que se prolongó hasta la expulsión definitiva de los reticentes, entre 1609 y 1614.
La Morería de Roa se situaba en el extremo noreste de la villa, en torno al rincón que formaba la muralla; su lugar religioso, de enseñanza y reunión era la mezquita. En 1594 cierto informe inquisitorial cita a los moriscos raudenses Juan de Lamar y Francisco Burgalés.
Para salir al campo disponían de un portillo en la muralla, conocido con el extraño nombre de Puerta de la Taña.
Tras la desaparición de la morería como barrio específico, sumado al dramático descenso de población en el siglo XVII, se sembró en sus solares una herrén o prado para forrajear a los ganados, que no sería habitada de nuevo hasta la segunda mitad del siglo XVIII. Parte del terreno elevado de “la Ren”, donde se asentaba la morería, fue desmontado en 1991.



Sobre el Arrabal de Roa –ya mencionado a principios del siglo XVI- poco hay que decir por cuanto era habitual en las grandes poblaciones que hubiese barrios fuera de las murallas. En nuestro caso se hallaba por la actual Calle del Tinte y Avenida de la Paz, alternando las viviendas con corrales de ganado lanar.